Cuando
cierras los ojos,
El mundo
se mece al ritmo de los sauces.
Lo llamas
el vértigo del dolor cotidiano.
Tejido de
dolores estúpidos, dolores insignificantes,
Un par de
palabras,
Una
asunción, una memoria que se asoma por la rendija de la puerta mental;
Un rencor
sacudido como insecto por años,
Una
desilusión que nace y muere cada día,
El terror
al insomnio y a lo que puede traer.
(Porque al
final, la noche la trae la memoria.)
Son
caminatas descalzas sobre alfombras,
Pasos sobre
nieve fresca,
Una lengua
entumecida, cortada de palabras,
Como
vadear ríos de lava.
Se van
amontonando en parvadas.
En
hojarascas.
Encerrando
alientos en ámbar y resina
Para
pasártelos por la garganta.
Las
límpidas piedras volcánicas ruedan cuesta abajo hacia tus pulmones.
(Es como
un péndulo atorado en gelatina.)
El dolor
cotidiano es la pólvora.
Las
muertes, sepelios, resquebrajamientos y visiones son la chispa.
Esta
pólvora es la fuente, el génesis,
Para
llantos venidos de ningún lugar.
Siguiendo un
rastro carbonizado salido de ya no recuerdas dónde.
Estos
llantos son añejos.
Son los
que tocan el piso primero cuando bajas tus pies de la cama al despertar.
Son el
manto de la noche y la capa de la muerte,
El vértigo
de gritos cruzados de brazos.
Son las
reproducciones del Bolero de Mozart
Desde el
piano hasta el forte
A través
de décadas fruncidas y dobladas
Como mal
origami en la misma hoja de papel.
Es cuando
tienes hambre y sed
De algo
que nunca es comida.
Es cuando
tienes las manos vacías
De un
instrumento que nunca aprendiste a tocar.
Son las
jaulas transparentes construidas por mimos invisibles en cenas familiares.
Es como el
gato que cada noche persigue a la luna…
(Es el
dolor de todos los epítetos, el de silencio de cuna.)
En fin,
todos los idiomas intentaron definirlo: saudade,
toska, aching…
¡Ay, qué
bonita jaula es el idioma!
Hasta que por fin, el cemento mojado por la lluvia
(πέτραιχώρ: otra palabra que no tienes. El olor después de la
lluvia.)
Te lleva
al puente.
Cuando
cierras los ojos,
El mundo y
el río se mecen al ritmo de los sauces
Y tus
talones también.
Si atinas
al reflejo, quizá logres capturar con tus brazos la luna.
Se
despejan las nubes de tus pulmones. Erupción. Magma.
Tu
garganta es el túnel hacia el fin de las mascaradas.
Oh,
el quiebre del silencio zumbador.
Por fin, el vértigo es acogedor.