domingo, 22 de febrero de 2015

Saudade/Toska/Aching


Cuando cierras los ojos,
El mundo se mece al ritmo de los sauces.
Lo llamas el vértigo del dolor cotidiano.
Tejido de dolores estúpidos, dolores insignificantes,
Un par de palabras,
Una asunción, una memoria que se asoma por la rendija de la puerta mental;
Un rencor sacudido como insecto por años,
Una desilusión que nace y muere cada día,
El terror al insomnio y a lo que puede traer.
(Porque al final, la noche la trae la memoria.)

Son caminatas descalzas sobre alfombras,
Pasos sobre nieve fresca,
Una lengua entumecida, cortada de palabras,
Como vadear ríos de lava.
Se van amontonando en parvadas.
En hojarascas.
Encerrando alientos en ámbar y resina
Para pasártelos por la garganta.
Las límpidas piedras volcánicas ruedan cuesta abajo hacia tus pulmones.
(Es como un péndulo atorado en gelatina.)

El dolor cotidiano es la pólvora.
Las muertes, sepelios, resquebrajamientos y visiones son la chispa.
Esta pólvora es la fuente, el génesis,
Para llantos venidos de ningún lugar.
Siguiendo un rastro carbonizado salido de ya no recuerdas dónde.
Estos llantos son añejos.
Son los que tocan el piso primero cuando bajas tus pies de la cama al despertar.

Son el manto de la noche y la capa de la muerte,
El vértigo de gritos cruzados de brazos.
Son las reproducciones del Bolero de Mozart
Desde el piano hasta el forte
A través de décadas fruncidas y dobladas
Como mal origami en la misma hoja de papel.
Es cuando tienes hambre y sed
De algo que nunca es comida.
Es cuando tienes las manos vacías
De un instrumento que nunca aprendiste a tocar.
Son las jaulas transparentes construidas por mimos invisibles en cenas familiares.
Es como el gato que cada noche persigue a la luna…
(Es el dolor de todos los epítetos, el de silencio de cuna.)

En fin, todos los idiomas intentaron definirlo: saudade, toska, aching
¡Ay, qué bonita jaula es el idioma!

Hasta que por fin, el cemento mojado por la lluvia
(πέτραιχώρ: otra palabra que no tienes. El olor después de la lluvia.)
Te lleva al puente.
Cuando cierras los ojos,
El mundo y el río se mecen al ritmo de los sauces
Y tus talones también.
Si atinas al reflejo, quizá logres capturar con tus brazos la luna.
Se despejan las nubes de tus pulmones. Erupción. Magma.
Tu garganta es el túnel hacia el fin de las mascaradas.
Oh, el quiebre del silencio zumbador.
Por fin, el vértigo es acogedor. 

viernes, 13 de febrero de 2015

Ópera Prima, Ópera Última


La coloratura de las voces prohibidas se estructura con la agilidad
del mecer de las cunas vacías de Nunca Jamás.
El tempo es el tiempo en sí,
Y la partitura son los vuelos negros sobre cielo carmesí.
La instrumentación son los sauces sembrados en la infancia fugaz.
Y el libreto…
Las certezas forjadas por palabras de otro mundo,
La metafísica lírica de un mundo sin dios, sin altares,
Sin de los pájaros de sangre,
Los despertares.


Narrativa de espejos y humo
De sueros
Cuyo génesis
Son sueños
De venenos
Cuyo génesis
Son cleros
De orquestas y coros del más allá
Metidos en la cajita de Pandora
De mis noches del más acá.

¿Y el director de la sinfónica apocalíptica dónde está?
durmiendo en un violonchelo
en su pecho sonoro,
en su alma de hierro,
en su cintura de melazas oscuras.
Duerme mientras la sinfónica retumba en la penumbra.

La coloratura de mi voz prohibida es medio índigo, medio púrpura.
Sé que se descalzará al final de la ópera
Y que para cuando las rosas caigan al escenario
Este sepulcro literario
Habrá abierto sus puertas a la cólera
De un mundo de cien soles y una luna

Que solo a los finales alumbra.