viernes, 23 de agosto de 2013

Acto Tercero


                                                    

El viento sabía a sándalo mientras caía.
La carta esperaba en el buzón con esperanza, 
y los pájaros del techo todavía pendían; 
Pero, ¿cuántas veces ya había caído yo de gracia?
¿Valieron la pena estas epifanías?

Lágrimas... Vahído del verano.
A veces, a veces...
Es mejor salir del escenario.

Pero ésta es la última.
La llamada a escena de este oscilamiento supremo.
La elección, el tormento...
El gracias y adiós, 
El primer paso hacia el séptimo.

Éstas son las llamas, la ceniza,
Y yo el polluelo.
Es la última llamada para el acto tercero.

El Abismo sabía a madreselva mientras caía.
El cuervo graznaba cruelmente nunca más, 
Y los versos en mi pared tatuada seguían.
¿Cuántas veces había ya quitado a alguien del pedestal?
¿Valieron la pena estas sinfonías?

Gritos... Susurros del pasado.
A veces, a veces....
 Es mejor salir del escenario.

Pero ésta es la última.
La llamada a escena de este oscilamiento supremo.
La elección, el tormento...
El gracias y adiós, 
El primer paso hacia el séptimo.

Éstas son las llamas, la ceniza,
Y yo el polluelo.
Es la última llamada para el acto tercero.

Basta de este péndulo claroscuro.
Nunca más.
Caminaré y no miraré atrás.
Que la nevada ahogue mis versos crédulos, 
Que el eje siga rotando en desdén perfecto.

Me acompañan mi sonido y mi silencio,
Mis mundos en hibernación.

Me marcho, hago jirones el telón,
Les digo gracias y adiós.

Ésta soy yo.
La de las alas pintadas y las hojas inmoladas.
Las llamas, la ceniza,
El fénix en destierro.

Y ésta es mi llamada para el acto tercero.

viernes, 16 de agosto de 2013

Mirar el Sol

Y henos aquí, hablando de filósofos.
Y de dios, sobre todo.
Que dios ha muerto, dijo nietzche.
Y luego nietzche ha muerto, dijo la iglesia.
Pero yo digo que no hay dios.
Sólo oscuridad.

Parte I- LA ROSA BLANCA
Pero luego, la rosa blanca
Yo era pequeña. No tenía más de diez años. Paseaba alegremente por el jardín de mi abuela, y en el jardín de la que había sido su madre, había un rosal. Y en aquel rosal, casi retoño, había un solo capullo apenas desenvolviéndose: era una rosa.
Pensé en lo pequeña que era, en todos los rosales que había y en todos los jardines que había en el mundo y todos los jardines que habían sido olvidados y habían muerto.
Mi visión fue alejándose más y más y más hasta que remontó el vuelo y vi la curvatura de la tierra como la mejilla de un bebé.
Y billones y billones de estrellas tejidas sobre un lienzo inacabable.
En ese momento, desesperé.

PARTE II- DESESPERACIÓN
Me sentí enana, diminuta, y lo peor es que sabía que lo era.
En ese momento, sentí que algo en mí se desprendía; como un botón deshilachándose. Quise apartar la mirada: dolía, como ver al sol directamente.
Necesité algo a qué aferrarme, un ancla… una verdad.
Allí, si alguien llegaba con una hostia y me daba una explicación, por dios que me la comía.
Y recordé a mi abuela y a mi familia recitando cánticos en una catedral, y pensé que tenían miedo de esto, de esta desesperación, y desnudez. Era como estar comprimido.
Necesité un testigo, algo o alguien que atravesara conmigo esta desesperación. Deseé no estar… sola. Jamás en mi existencia había saboreado así la soledad.
Y era pesada y agria y densa como el núcleo de las lunas de júpiter.
Quise que alguien me hubiera dado esta desesperación. Que alguien me hubiera creado para sentirla y sanarla.

PARTE III- LAS CUENCAS
Pude sentir unas cuencas gigantes y titilantes mirándome desde muy lejos.
Necesitaba ser observada.
Saber que el dolor valía la pena, que todo valía la pena porque alguien era testigo de él, y eso lo hacía existir y tener materia.
Al fin y al cabo, quizá todo lo que el mundo no ve no es real. Lo que me pertenece, mis secretos y pasiones ensombrecidas, no las conoce nadie más que yo.
Pero y si alguien fuera testigo…
Y ése era uno de los baluartes del amor, y pensé que después de todo, aquella persona milenaria, ancestral y terrenal que creó la primera ancla tuvo razón en algo.
Si había un creador, sería EL dador de amor, porque sería testigo de todo y de todos.
Pero aquella persona milenaria era imperfecta, y por lo tanto toda idea suya.
Y lo perfecto no existía en él entonces ni jamás lo haría, y por lo tanto, no existía ningún creador.
Estábamos solos.
Como seres insomnes que giran en su cama con pensamientos oscuros revoloteando como cuervos sus mentes. Como criaturas amnésicas que apenas se van dando cuenta que algo está mal y no pueden hacer nada para remediarlo.
Las cuencas estaban vacías, y me sentí aplastada por ese silencio, por esa oscuridad inclemente.

PARTE IV- LA DUALIDAD
Sin embargo, siempre había creído en algo: la dualidad.
Si existía esta oscuridad terrible e inexpugnable, debía existir la luz.
Y si ésta no estaba en el creador, tenía que existir en alguna otra parte.
Diseminada, desperdigada. Nunca absoluta.
Siempre he predicado a favor de la belleza, y siempre lo haré.
Años después, entendí que estábamos aquí en busca de algo.
Más rotundo e inalcanzable que el amor y más satisfactorio y jubiloso que el poder.
Veritas.
La verdad.
Los científicos la buscan en su lógica y en sus matemáticas, y los artistas en su arte.
Todos buscamos la verdad, ¿acaso los últimos debemos ser desdeñados porque nuestros métodos son menos comprobables?
el pintor diseña rostros, escenas. Sacados de algún paraje ignoto de su mente, de su inspiración.
El músico no menos: al componer puede hacer aflorar sensaciones, recuerdos.
El escritor puede parir mudos enteros, historias entrelazadas: en ellos duermen todos los océanos.

Eso es lo divino en el humano: el arte de crear.
Y los filósofos… oh, aquella ciencia estética, arte con método.
Ellos crean ideas. Pensamientos.
La esencia alada más pura.
Son el puente.
Si existe la luz, la tenemos dentro. En trocitos, en esquirlas.
Y hay que compartirla.
Quién sabe… quizá esté en una ecuación o en una melodía.

Pero está.
Siguen viniendo las generaciones para ello.
Si ya hubiéramos descubierto nuestro propósito, origen y sendero, hace mucho que habríamos dejado esta tierra.
Vienen las generaciones.
Y no dejarán de hacerlo.


Atrevámonos a mirar el sol.

domingo, 4 de agosto de 2013

Delirios demasiado lúcidos

¿Como esperar que alguien alguna vez entienda todos los universos que tengo dentro, si ni yo misma puedo?
¡Si hasta creé uno nuevo para que allí pudieran caber todos, uno para refugiarme y sanarme, otro universo en el cual nunca nadie podrá encontrarme!
Dios, dios mío, ¿qué sucederá después del punto final, cuando Terrance y Darren, cuando todo se haya ido?
Dios mío/ Universo vacío, ¿cómo afrontar la irreversibilidad de este precipicio que cada día se acerca más?
¿Como podrá alguien amarme jamás?
Cómo hacer entender que un libro es lo más cercano al amor sin tapujos y condiciones que jamás conoceré...
...¿y que más anhelo?
Tanta pasión, tanto dolor, tantos mundos en construcción y tanta desesperación por no poder volcarlo, tantas tormentas, tantas noches,
Canciones, truenos, arena y sangre, lunas y aves,
¡No puedo contenerlos a todos!
¡No puede contenerme solo un cielo!
 ¡Tengo tantos océanos aquí adentro! 

¿Donde está el alma mortal que podrá sanarme?
Y amor esquivo, atolondrado, con sus alas atadas, amor que cada vez está más lejos.
Amor sin nombre: no se lo he puesto.
Ojalá que sea un creador como yo.

¿Pero dónde está, dónde?
¿En cuántas corrientes negras habré de ahogarme?