martes, 21 de mayo de 2013

Un soleado día



Hay pedacitos de brownies desperdigados en mi cama.
Y algo de luz de sol avanzando a rastras por mi espalda.
Veo un cielo clar y su viento a través de las rejas negras.
Un toque ocasional en mi cabello y sangre vuelta espesa.

Quizá también un poco de salsa adivinándose tras mi boca.
Siento el pavimento y las motas negras de chicles olvidados.
Roces ocasionales con la humanidad que veloz, va pasando.
Hielos chocando y virando en los muros perlados de mi soda.

Oía voces en aquel canto multitudinario de un martes soleado.
El tintineo de joyas y chucherías que ondean sobre la multitud.
Un orgallinero que en monótona acción nos evoca sin exactitud.
Cerca, una violinista cohibida huyendo de su público emocionado.

Y allí, acariciada por la nube-sombra yacía una banca de extraño diseño.
Las fuentes escupían sus alientos hacia el cielo y hacia los niños inquietos.
Aviones y helicópteros-polilla pululaban tristes, atraídos por la alfombra roja.
Y yo estaba tendida al lado del palacio blanco, cavilando sobre sonrisas y estrofas.

La suma de todos los factores siempre arroja resultados curiosos.
Chocolate y sol cayendo a plomo; bebidas frescas y calles con largas filas de gente rara, música amontonada y arquitectura hermosa… polillas tristes y agua descalza.
Llegó el ansia de un beso.
O al menos otra caricia así como incauta y sin querer, pero…
Pero en su ronroneo, en las risas indiscretas, en el silencio del museo…
En aquel segundo eterno en el elevador lleno de espejos…
En aquella banca cálida y sombreada cerca de la violinista…
En aquel último momento apretujados en el metro…
¡Vaya hormonas y soleado día!
Me quedé con las ganas de un beso.

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