Hay pedacitos de brownies
desperdigados en mi cama.
Y algo de luz de sol
avanzando a rastras por mi espalda.
Veo un cielo clar y su viento
a través de las rejas negras.
Un toque ocasional en mi
cabello y sangre vuelta espesa.
Quizá también un poco de
salsa adivinándose tras mi boca.
Siento el pavimento y las
motas negras de chicles olvidados.
Roces ocasionales con la
humanidad que veloz, va pasando.
Hielos chocando y virando en
los muros perlados de mi soda.
Oía voces en aquel canto multitudinario
de un martes soleado.
El tintineo de joyas y
chucherías que ondean sobre la multitud.
Un orgallinero que en
monótona acción nos evoca sin exactitud.
Cerca, una violinista
cohibida huyendo de su público emocionado.
Y allí, acariciada por la nube-sombra
yacía una banca de extraño diseño.
Las fuentes escupían sus
alientos hacia el cielo y hacia los niños inquietos.
Aviones y
helicópteros-polilla pululaban tristes, atraídos por la alfombra roja.
Y yo estaba tendida al lado
del palacio blanco, cavilando sobre sonrisas y estrofas.
La suma de todos los factores siempre arroja resultados
curiosos.
Chocolate y sol cayendo a plomo; bebidas frescas y calles
con largas filas de gente rara, música amontonada y arquitectura hermosa…
polillas tristes y agua descalza.
Llegó el ansia de un beso.
O al menos otra caricia así como incauta y sin querer,
pero…
Pero en su ronroneo, en las risas indiscretas, en el
silencio del museo…
En aquel segundo eterno en el elevador lleno de espejos…
En aquella banca cálida y sombreada cerca de la
violinista…
En aquel último momento apretujados en el metro…
¡Vaya hormonas y soleado día!
Me
quedé con las ganas de un beso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Conviértanse en musas, por favor.