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Perras Negras: Musas |
Pienso
en desiertos o noches arábigas, quizá un sol naciente o ríos serenos, mercados
atiborrados y sudor, elefantes y tiendas de mercaderes celestes, construcciones
arcaicas. Es poroso, y una vez mojado, sedoso, ligero, dulce al principio y al final
amargo, a veces hiriente y alarmante como pimienta y luego cremoso y etéreo,
como un velo al viento.
Primeramente
liviano como una pluma volátil, luego pesado como piedras mojadas, me imagino
también fuego moribundo y baile de gitanos: una luna grisácea y algún violín
lento, quizá un tambor vertiginoso, murmullos encimados y risas lejanas.
Quizá
poco sugerente, pero en su liviandad su exquisitez de muchos ecos, cimbrándose
casi en seducción, virando en lenta y constante tortura; contemplándose a sí misma
como quien se acaba de despertar y flexiona músculos. Sí, respira, saboreando
su vida, sin saber que algún día se extinguirá, girando en apretados círculos,
en un vaivén sin ritmo, hasta expirar.
No
obstante, se quedará grabado de todas maneras en la memoria, encerrando mil
historias más en su danza muda.
Es como el
susurro de lo que quedó de las musas.
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