jueves, 23 de mayo de 2013

Encuentro


Comenzó con una gravedad profunda, dramática, que le hizo desear cortarme las venas. Sólo era interrumpida por breves lamentos agudos y vibrátiles del violín. Bajaba apenas y luego ondulaba en una escala menor, para volverse aún más dramático. Siguió así, en aquellos mementos roncos del barnizado instrumento.
     Aquel memento de notas desesperadas finalmente se asentó en un compás maquiavélico. Subía y se mantenía, pero luego echaba maromas sobre la misma octava antes de lanzarse en picada a más clavados descendentes o anti gravitatorios que bajaban pero resulta que subían, y ya nadie sabía qué estaba pasando pero eso no significaba que dejaran de bailar. Sus pies adaptaron un movimiento entrecruzado, casi como tejiendo un patrón concéntrico que a posteriori se volvía una maraña, y apenas lograba respirar y adaptarse a un ritmo, cuando todo cambiaba de nuevo, y daba sólo unos compases y latidos para volverse lento. Y luego, los saltos exhaustos, las risas sin aliento, los súbitos y bruscos finales de un compás que subía de octava en una escalinata instantánea, y una y otra, y una y otra vez.
     Y todo de nuevo, en una enferma, maníaca, y exquisitamente imprevisible y contradictoriamente cíclica danza.
     Las pequeñas pausas apenas daban tiempo para respirar: lo único que se podía ver eran los pequeños intersticios entre ropa y cuerpos que se contoneaban y los árboles gigantes que apenas y ocultaban a la bóveda estelar. A alguien se le ocurrió la brillante idea de sembrar varitas de sándalo en un área por la cual pasó: el olor era tan especiado y profundo que casi se cayó, todos sus sentidos estaban sobrepasados. El espectro de colores era infinito, los olores se encimaban unos sobre otros como en un éxodo en pánico, todo su cuerpo era el receptor de roces ocasionales de algún tobillo o melena o mano y era como ser violado no bruscamente por un agresor multifacético, y las bocanadas que él lograba reunir de aire sabían a tiempo, y eso quería decir que sabían a todo. A guerras y a polvo; a hojas de libros viejos y a arena, a sal y a sangre, a alcohol y a rosas y a sudor, y todo lo que restaba de la historia de los homínidos.
     Y a pesar de todo eso, podía oírlo.
     ¿Podían oírlo todos, la férrea decisión del asesino de cumplir su misión, habiendo apartado y perdido todo lo que amaba de sí? ¿Podían oírlo, la carrera precipitada hacia el destino, en un camino sembrado de horrores, apenas dispersados por el eco de una voz que lejana se oía? ¿Podían oírlo, dejando una estela de muerte tras de sí, su vida una misma sonata violenta que anhelaba cambiar? ¿Podían oírlo, podían oírlo, podían ver las lágrimas arrasadas por el viento contra su cara, borradas en aquella vorágine sangrienta hacia los brazos de alguien que todavía ni existía?
     ¿Podían ellos, oír en este violín frenético, la historia de su vida, una carrera hacia una llamada hecha en otro tiempo y lugar que tardó tanto tiempo en responder?
     Y finalmente… ¿podían ver el precipicio ante el cual las notas se detenían, balanceándose en el borde… antes de respirar… y saltar?
     En algún lugar en el tiempo, en una calle atestada, se había topado con ella.
     De pronto, el laberinto de tiza y luna cobró sentido. De pronto, todas las atrocidades que él había cometido tenían sentido. Esto era lo que llamaban el horizonte, el infinito, el destino, todos los caminos entrecruzados e invisibles que se tenían que recorrer, esto, esto era lo que importaba: el sendero imprevisible y confuso sembrado ante él.
     Eso era lo que importaba: el camino.
     El que recorrió por aquella llamada casi olvidada.
     El que recorrió entre jadeos y giros ciegos de un rumbo autoimpuesto.
     Nada es verdad: él decidía qué lo era.
     La vida no es más que la serenata de tus pasos sobre océanos imperfectos. Un jurado ciego. Un faro sin puerto. Una coincidencia tras otra, hasta que finalmente se apuesta por una, no más azarosa que la anterior o la siguiente. Un giro hacia la izquierda, un salto atrás, tres pasos adelante y un desliz entre tres otras danzas, un reloj de arena y finalmente otro salto difuso. Una bendición fortuita, unos dados caleidoscópicos, el apostar por un pasadizo oscuro porque sí.
     Y ganar finalmente: y toparte con otra persona en medio de esta serenata de todos hacia un mismo final.


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