martes, 11 de junio de 2013

Oda a la Ira- Parte III


Yo gritaba: pedía a alguien que lo matara, que me matara. Sólo quería que todo acabara. Quería que árbol tras árbol cayera en este mundo, quería ir incinerando ente mis manos a cada alma vibrátil que existiera, quería hacer que el cielo fuera océano y viceversa, quería hablar con los dioses… y masacrarlos.
     Pero lo quería de vuelta, también. Mi alma (vaya palabra ya más prostituida) estaba despedazándose por poder volver a verlo, poder ver sus cicatrices, pruebas de cada batalla y cada horror que había tenido que soportar, impresas en su cálida piel tersa. Anhelaba ver los fuertes y planos músculos de su pecho, la manera en que su cuerpo presionaba contra la ropa negra que siempre portaba, quería ver su cabello de ala de cuervo caerle en mechones sedosos y brillantes sobre su rostro de facciones crueles… que se volvían trémulas y se suavizaban cuando me miraban; quería ver sus ojos. Oh, sus ojos, siempre cambiantes, hirviendo en pasión, límpidos de seguridad y decisión, metálicos en furia y crueldad, turbulentos de dolor, rutilantes y llenos de luz cuando se posaban sobre mi cara.
     Quería verlo ahogarse y respirar, sufrir y reír, quería luchar a su lado y verter su sangre también, quería verlo vivir a mi lado o verlo perecer por mis manos; quería amarlo… pero también quería destruirlo.
     Así era mi amor: así era mi naturaleza, y por fin, después de tanto tiempo luchando contra ella, la acepté.
     Con todo lo que conllevaba: las bendiciones… y las condenas.




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