miércoles, 23 de julio de 2014

Ellos

¡Oh, cuencas mías, irises arrebolados y mecidos por el cansancio, piscinas monocromáticas que llueven sobre el jardín del infinito, si pudieran desperezarme en la hora más pesada y fatal de la noche!
«Madrugada» es una palabra tan irrisoria, un epíteto tan insuficiente para la hora sin tiempo cuando el velo entre mi aquí y mi más allá se levanta.
No es una visión magnánima: el hecho lo es. Si pudierais verlo, la delicadeza  con la que el velo se alza, la mano del novio alzando el velo de su novia con ánimo de beso, la travesura de un niño que se asoma a la cocina para robarse las galletas, el sigilo del espectro del abuelo que regresa en día de muertos, y con ternura, con malicia, con desconcierto, se empina de un solo trago el tequila.
Ellos son así de no-conspicuos en su no-regreso.
No es que ellos aparezcan, como conjurados de un plano inquietante; simplemente son conscientes de que existen.
Y esto es sólo en la madrugada, en la hora pesada de la mente liviana…
Ellos respiran un poco más fuerte, saborean su aliento. Ellos se mecen en su lugar oscuro como un sauce azotado por la tempestad; y al igual que él, nunca se mueven. Ellos se hacen las mismas preguntas una y otra vez, las proyectan hacia ella.
Ellos exigen con sus ojos ciegos -ciegos porque permanecen en un solo punto-, y se cierran, se inclinan, se adivinan a sí mismos, como quien ve su sombra proyectada lejos.
Ellos están muertos porque nunca existieron. Al menos hasta este momento, cuando miran con pasmo exigencia ansia amor fijación odio horror lujuria torumba bienvenida y adiós a quien duerme profundo, a quien está igual de tibia que una tumba.
¡Si pudiera abrir los ojos, sacudirse las horas de vigilia para contemplarlos, para horrorizarse!
Pero ellos sólo vienen porque ella se va, y este intercambio es un ciclo eterno que se renueva cada alba, cada (habrá que decirlo) madrugada.
Ellos- ellos esperan y exigen que ella despierte.
Y a veces, ella lo hace.
Pero, tras ser arrancada de sí misma, no ve nada. Quizá sombras meciéndose en la esquina alumbrada apenas ella inspira bruscamente, quizá la presión de muchas miradas mientras la de ella se humedece por el batir de sus pestañas.
Ellos medio están ahí, ella medio está ahí.
Pero todas las líneas pueden emborronarse y todos los velos alzarse.
Ellos lo saben, ella lo sabe.
¡Oh, durmiente por irises de tinta arrullada!

La única que oirá tu grito de pasmo y reconocimiento, tristemente, será la madrugada.

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