¡Oh, cuencas mías,
irises arrebolados y mecidos por el cansancio, piscinas monocromáticas que
llueven sobre el jardín del infinito, si pudieran desperezarme en la hora más
pesada y fatal de la noche!
«Madrugada» es una palabra tan
irrisoria, un epíteto tan insuficiente para la hora sin tiempo cuando el velo
entre mi aquí y mi más allá se levanta.
No es una visión
magnánima: el hecho lo es. Si pudierais verlo, la delicadeza con la que el velo se alza, la mano del novio
alzando el velo de su novia con ánimo de beso, la travesura de un niño que se
asoma a la cocina para robarse las galletas, el sigilo del espectro del abuelo
que regresa en día de muertos, y con ternura, con malicia, con desconcierto, se
empina de un solo trago el tequila.
Ellos son así de
no-conspicuos en su no-regreso.
No es que ellos
aparezcan, como conjurados de un plano inquietante; simplemente son conscientes
de que existen.
Y esto es sólo en
la madrugada, en la hora pesada de la mente liviana…
Ellos respiran un
poco más fuerte, saborean su aliento. Ellos se mecen en su lugar oscuro como un
sauce azotado por la tempestad; y al igual que él, nunca se mueven. Ellos se
hacen las mismas preguntas una y otra vez, las proyectan hacia ella.
Ellos exigen con
sus ojos ciegos -ciegos porque permanecen en un solo
punto-, y se cierran, se inclinan, se adivinan a sí mismos, como
quien ve su sombra proyectada lejos.
Ellos están muertos
porque nunca existieron. Al menos hasta este momento, cuando miran con pasmo
exigencia ansia amor fijación odio horror lujuria torumba bienvenida y adiós a
quien duerme profundo, a quien está igual de tibia que una tumba.
¡Si pudiera abrir
los ojos, sacudirse las horas de vigilia para contemplarlos, para horrorizarse!
Pero ellos sólo
vienen porque ella se va, y este intercambio es un ciclo eterno que se renueva
cada alba, cada (habrá que decirlo) madrugada.
Ellos- ellos
esperan y exigen que ella despierte.
Y a veces, ella lo
hace.

Ellos medio están
ahí, ella medio está ahí.
Pero todas las
líneas pueden emborronarse y todos los velos alzarse.
Ellos lo saben,
ella lo sabe.
¡Oh, durmiente por
irises de tinta arrullada!
La única que oirá
tu grito de pasmo y reconocimiento, tristemente, será la madrugada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Conviértanse en musas, por favor.